viernes, 20 de mayo de 2016
Lectura del 20/05/2016: Viernes de la séptima semana del tiempo ordinario
PRIMERA LECTURA
(Epístola de Santiago 5,9-12.)
Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren que el Juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. Porque nosotros llamamos felices a los que sufrieron con paciencia. Ustedes oyeron hablar de la paciencia de Job, y saben lo que hizo el Señor con él, porque el Señor es compasivo y misericordioso. Pero ante todo, hermanos, no juren ni por el cielo, ni por la tierra, ni de ninguna manera: que cuando digan "sí", sea sí; y cuando digan "no", sea no, para no ser condenados.
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SALMO
(Salmo 103(102),1-2.3-4.8-9.11-12.)
Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
No acusa de manera inapelable
ni guarda rencor eternamente;
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados.
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EVANGELIO
(Marcos 10,1-12)
Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?". Él les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?". Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella". Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido". Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. Él les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio".
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COMENTARIO
(Concilio Vaticano II)
El marido y la mujer, que por el pacto conyugal «ya no son dos, sino una sola carne», con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y lo logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urge su indisoluble unidad.
Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia (Ef 5,32). Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella (Ef 5,25).
El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.
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REFLEXIÓN
(José Perea e Ysbelia de Perea, Matrimonio de 35 años de vida sacramental)
“De manera que ya no son dos, sino una sola carne”
Hoy día vivimos en una sociedad sujeta a las “modas”, al relativismo moral, al culto al placer, a la búsqueda constante de la satisfacción personal, la que se ha elevado a nivel de “derecho”. Es la cultura del “yo”; “y ‘como Dios es amor’, Él tiene que reconocer mi derecho a buscar mi propia ‘felicidad’”, aunque ello implique negar unos principios y mandamientos fundamentales de la Ley de Dios. En el querer obtener mi Felicidad olvidamos lo más esencial y nos olvidamos del que tengo al lado, pretendemos imponerle a Dios nuestras propias pautas de lo que es lícito y lo que no lo es. Estamos dispuestos a quemar el Decálogo, y hasta al mismo Dios, en aras de nuestra “felicidad”. En el caso de los Matrimonios pretendemos redefinirlo de paso, haciéndolo sujeto a la voluntad de los contrayentes.
En la pregunta: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?” Jesús no pierde tiempo y, conociendo el corazón del hombre su respuesta no se hace esperar: “Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio”. Jesús lo sabe, en su tiempo el divorcio era legal en ciertas circunstancias. Jesús, un verdadero maestro del debate, los desarma con su respuesta: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios ‘los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Cualquier desviación de esa ley no es mandamiento de Dios, es precepto de hombre, y no puede prevalecer en contra de aquél.
Todo está en la voluntad expresa de Dios al crear al hombre y a la mujer con diferentes sexos para que se complementaran, para que pudieran unirse y formar “una sola carne”, para cumplir el mandato de: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”. Esa es la base del matrimonio establecido por Dios y su indisolubilidad. la encontramos, tanto en el hecho de que en lo adelante ya no serán dos, sino que “serán los dos una sola carne”. No hay términos medios; no hay marcha atrás. “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
Hay que buscar en las relaciones de pareja lo esencial, la vivencia del amor de dos personas que, a pesar de sus diferencia y las dificultades de la vida matrimonial, se renueva en el tiempo, en el día a día, en una donación mutua. Por eso debemos hacer del Sacramento del Matrimonio una presencia especial del Espíritu Santo para vivir esa unión en profundidad. Los creyentes que, delante de la Comunidad, deciden unir sus vidas, cuentan con Él para llevar adelante ese proyecto. El Ritual del Matrimonio nos ayuda a recordar que no todo es fácil. En la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, en la riqueza y en la pobreza. En los buenos y en los malos momentos, ser fieles a un sentimiento que se desarrolla en el tiempo.
Nosotros especialmente lo he conceptualizado como una Trinidad Santa del Matrimonio, donde debemos vivir unidos los dos conyugues en común unión con Dios, somos tres indisolubles, el tratar de sacar de esa unión a Dios no lleva al mantenernos unidos en base a nuestros criterios egoísta de mi felicidad, donde lo importante es el amor que pueda recibir, que halla retribución, como si fuese un contrato que espera una retribución por un servicio prestado.
Mirar a las parejas que celebran las bodas de plata (25 años de matrimonio) o de oro (50 años juntos) es un acicate, un estímulo para seguir adelante. No todo es fácil, pero todo es posible para el que ama. La clave, es saber decir con verdadera libertad y sin condicionamiento “Te Quiero” y “Perdóname”.
Hoy en especial a Santa Rita de Casia ejemplo de Esposa y Madre:
http://lecturascristianasjoseperea.blogspot.com/2016/05/santa-rita-de-casia-madre-esposa-y.html
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ORACIÓN
Señor: Haz de nuestro hogar un sitio de tu amor.
Que no haya injuria porque Tú nos das comprensión.
Que no haya amargura porque Tú nos bendices.
Que no haya egoísmo porque Tú nos alientas.
Que no haya rencor porque Tú nos das el perdón.
Que no haya abandono porque Tú estás con nosotros.
Que sepamos marchar hacia Ti en nuestro diario vivir.
Que cada mañana amanezca un día más de entrega y sacrificio.
Que cada noche nos encuentre con más amor de esposos.
Haz, Señor, de nuestras vidas que quisiste unir
una página llena de Ti.
Haz, Señor, de nuestros hijos lo que Tú anhelas:
ayúdanos a educarles y orientarles por el camino.
Que nos esforcemos en el consuelo mutuo.
Que hagamos del amor un motivo para amarte más.
Que demos lo mejor de nosotros para ser felices en el hogar.
Que cuando amanezca el gran día de ir a tu encuentro
nos concedas el hallarnos unidos para siempre en Ti.
Amén.
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