Desde su infancia Rita se destacó por su inclinación a la piedad y
a la unión con Dios por medio de la oración, de modo que sus padres adecuaron
una pequeña habitación en la casa con un oratorio donde ella pasaba agradables
momento en oración . Aunque eran analfabetos, Amata y Antonio buscaban
transmitir a su hija los edificantes hechos de la vida de Jesús, de la Virgen
María y de los santos más populares; así ella creció dócil, respetuosa y
obediente hacia sus ancianos padres. A los ocho años se inclinó a consagrar su
virginidad a Jesús, esposo de las vírgenes, pero según la costumbre de la época
se resignó a la voluntad de sus padres y al final de la adolescencia se casó
con el joven Paulo Fernando, fuente de muchos sufrimientos durante la vida
matrimonial.
Su esposo, descrito como un individuo pervertido e impulsivo, de
carácter feroz y sin temor de Dios, no admitía opiniones diferentes a la suya .
Muchas veces insultaba a su esposa sin motivos, pero ella nunca respondía con
resentimiento o quejas. Rita era obediente, pidiendo permiso incluso hasta para
ir a la iglesia, lo que con el pasar de los años transformó al feroz león en un
manso cordero gracias a la docilidad y cariño de su esposa. Comenzó a ser
respetuoso, dando buen ejemplo a sus dos hijos, Juan Tiago y Paulo María, que
lamentablemente heredaron el temperamento paterno.
El matrimonio duró dieciocho años, hasta el momento en que Paulo
Fernando fue cruelmente asesinado por enemigos que cultivó en los tiempos de
violencia. Sepultado, fue agraciado con muchas oraciones y penitencias de Rita
en sufragio de su alma, tomando la santa viuda la valiente decisión de perdonar
a los asesinos.
Otro sufrimiento se abatió sobre Rita: además del dolor causado
por la muerte de su esposo y dedicándose sólo a la formación de sus dos hijos,
se dio cuenta que ambos estaban inclinados a vengar la muerte de su padre. Tomó
entonces la difícil pero firme resolución de pedir a Jesús que se llevase a sus
hijos antes que cometieran ese pecado, si fuese humanamente imposible evitarlo;
los amaba tanto que quería encontrarlos en el Paraíso, llevada por el mismo
sentimiento que llevó a la madre de San Luis, rey de Francia, a decirle a su
hijo que prefería verlo muerto a sus pies antes que cometiese un pecado mortal.
Juan Tiago y Paulo María se enfermaron, recibieron continuamente los cuidados
de su diligente madre que les conseguía los remedios entonces disponibles para
conservarles la vida, y luego de haberse reconciliado con Dios y habiendo
perdonado a los asesinos del padre, partieron para la eternidad (un año después
de la muerte de Paulo Fernando, junto al que fueron sepultados). Se podría
decir que Rita se quedó sola en el mundo, pero en la más perfecta de las
soledades, pues tenía a Dios consigo.
Al no tener obligaciones matrimoniales ni maternales, Rita se
perfeccionó en la práctica de las virtudes dedicándose a la caridad y la
oración, pero esto no era suficiente para quien estaba tomada por el amor a
Dios y que desde la infancia aspiraba a la vida religiosa. Al pasar junto a los
conventos y monasterios sentía una atracción interior para la vida de los
claustros, con una santa envidia de las almas vírgenes que allí estaban
encerradas en total entrega a Jesús, pero el matrimonio levantó un muro
infranqueable entre ella y la vida monástica: según las normas y reglas
entonces vigentes le era prohibida la entrada a la vida que tanto quería. Rita
quería algo imposible: tocando las puertas del convento de las religiosas
agustinas de Santa María Magdalena, recibió de la madre superiora la respuesta
negativa a pesar de la buena impresión que le causó, pues allí sólo admitían
mujeres solteras, no siendo permitido el ingreso a quien ya había tenido vida
matrimonial.
Rechazada, continuó con sus oraciones y penitencias, además de sus
buenas obras, pero manteniendo la confianza en aquello que consideraba una
“causa perdida” regresó dos veces al mismo convento para implorar la admisión,
siendo en ambas ocasiones nuevamente rechazada. Se entregó a la voluntad de
Dios, encomendándose a los santos de su devoción. Practicaba la pobreza,
desapegándose de los bienes que poseía para distribuirlos entre los
necesitados; la castidad la vivía en el estado de viudez, desinteresándose de
contraer nupcias nuevamente y desapegándose del propio cuerpo. Le faltaba
todavía la obediencia que deseaba abrazar dentro de un convento sometiéndose
enteramente su voluntad a alguna persona revestida de superioridad religiosa.
Cierta noche escuchó a alguien que la llamaba por su nombre:
" Rita, Rita "... Nadie parecía estar allí y regresando nuevamente a
sus oraciones escuchó nuevamente
el llamado " Rita, Rita ". Fue hasta la puerta y se encontró con tres
personas y en ellas reconoció a San Juan Bautista (quien al igual que ella fue
concebido en la vejez de los padres), San Agustín (fundador de la familia agustiniana
y a quien tanto admiraba) y San Nicolás de Tolentino (religioso agustino), los
cuales la invitaron a seguirlos.
Llegando al convento de Santa María Magdalena, donde ella fue tres
veces rechazada, la puerta estaba obviamente bien cerrada, pues las religiosas
dormían, pero los tres protectores hicieron que ella milagrosamente se
encontrara en el interior de la propiedad. Al reunirse para las obligaciones
matinales, las religiosas se sorprendieron al encontrar a Rita rezando en la
capilla y tras haber comprobado que la puerta no había sido forzada y que no
había señales que explicasen la entrada de la viuda por medios humanos,
creyeron el relato que de ella escucharon, reconociendo así la voluntad de
Dios: una nueva alma fue entonces recibida en aquella familia religiosa. Rita
se deshizo de sus bienes, abrazando formalmente la pobreza evangeliza, siguió
manteniendo la castidad en la viudez después de haber pasado por el matrimonio
y fue sumisa a la autoridad de la madre superiora, renunciando hasta su propia
voluntad.
En una ocasión recibió de la superiora la orden para regar dos
veces al día una rama seca, lo que fue cumplido con diligencia por la mañana y
la tarde cotidianamente, mes a mes, observada con sonrisa irónica por las demás
hermanas. Ellas se sorprendieron un año mas tarde con el nacimiento de un
viñedo que allí comenzaba a crecer y que comenzó a dar sabrosas uvas siglo tras
siglo, producto de la santa obediencia. Este árbol atravesó los siglos,
llegando hasta nuestros días, manteniéndose vivo y fructífero, fruto de la
ciega obediencia a la que se sometió.
En la cuaresma de 1443 Rita escuchó un edificante sermón predicado
por San Tiago de Marca (Giacomo della Marca, 1394-1476), fraile franciscano,
discípulo de San Bernardino de Siena. Las palabras del religioso la conmovieron
profundamente, y, postrada delante de la imagen del Crucificado, pidió la
participación en aquellos profundos dolores, incluso que sólo fuese el dolor de
una de las espinas, a lo que fue inmediatamente atendida: su frente fue herida
por una espina de la corona, lo que la hizo desmayar del dolor. A diferencia de
las llagas de Jesús que se abrieron en otros santos, la de Rita se manifestó
con aspecto repugnante, con salida de pus y un olor fétido, lo que la llevó a
una vida aislada dentro del convento, en una habitación alejada a la que una
religiosa le llevaba lo necesario para vivir. Ese sufrimiento se extendió por
quince años.
Con motivo del año del Jubileo proclamado por el Papa Nicolás IV,
en 1450, Rita manifestó el deseo de ir a Roma con otras religiosas, pero no
obtuvo el permiso de la superiora debido a su estado de salud que empeoraba
como consecuencia de la herida causada por la espina. Rita entonces pidió a
Dios la desaparición de la herida, el cual fue atendido, de modo que pudo
viajar a la Ciudad Eterna para practicar los actos de piedad propios de la
ocasión. Al regresar al convento la herida reapareció y la religiosa regresó a
su vida de sufrimientos. La salud se debilitaba, los dolores aumentaban, pero
la alegría y la sonrisa continuaban en medio del santo sufrimiento por el que
pasaba. En sus últimos días de vida su único alimento fue el Pan Eucarístico.
Hacia el final de su vida, para Rita fue una consolación la
noticia de un fenómeno inusual, o mejor “imposible”: durante un fuerte invierno
se observó en la huerta una hermosa rosa florecida y además una higuera cuyos
frutos estaban maduros y sabrosos. Este hecho era prefigura de la nueva rosa
que en poco tiempo adornaría el Paraíso y el fruto que Jesús recogería en la
Tierra para deleitarse con él en el Cielo. Hasta hoy es tradicional la
Bendición de las Rosas, las cuales son llevadas a los enfermos, alusión a la
rosa que milagrosamente floreció en pleno invierno y que confortó a Rita en su
enfermedad. Al fin, confortada por los Sacramentos, Rita fue llamada a la Casa
del Padre, el 22 de mayo de 1457, cuando tenía 76 años de edad y cuatro décadas
de vida religiosa. No dejó escritos (cartas, libros, diarios: ninguno),
solamente sus ejemplos y el recuerdo de su vida de santidad. Se registró en los
archivos de la Historia, que las campanas del convento y de la ciudad de Cascia
sonaron sin ser tocadas por manos humanas.
Con la muerte de Rita la herida en la frente, antes repugnante, se
convirtió en brillante y limpia, exhalando un olor perfumado. La exposición de
su cuerpo para el último adiós de los numerosos peregrinos que fueron al
convento se fue extendiendo día tras día y terminó por no haber un entierro
formal, pero el cadáver no sufrió la habitual descomposición, por lo que lo
pueden hasta hoy apreciar los visitantes de la capilla del convento donde la
Santa de las Cosas Imposibles vivió.
Hija obediente, esposa maltratada, madre amorosa, viuda confiante,
religiosa con estigmas... tantos adjetivos que se le podrían aplicar a esta
agustina de espíritu, quien no descansó hasta que se convirtió en religiosa,
aunque todos ellos se resumen en aquellas palabras que son motivo de esperanza
para todos sus devotos: patrona de las cosas imposibles y de las causas
perdidas.
Fuentes:
Heavenly Friends (Rosalie Marie Levy,
St. Paul Editions, 1984).
The Incorruptibles (Joan Carroll Cruz, Tan Books, 1977)
A História de Santa Rita de Cássia (site dos religiosos Agostinianos Recoletos, http://www.santarita-oar.org.br/base.php?page=santarita_historico)
The Incorruptibles (Joan Carroll Cruz, Tan Books, 1977)
A História de Santa Rita de Cássia (site dos religiosos Agostinianos Recoletos, http://www.santarita-oar.org.br/base.php?page=santarita_historico)
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