Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine
con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. (Sal 24).
A Dios le gusta la humildad, “porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad” (Santa Teresa). La vida nos presenta a menudo suficientes situaciones para instalarnos en la soberbia, para creernos mejores que los demás. Pero la vida nos ofrece también muchas oportunidades para ser humildes. La oración es una de ellas. Nos pone como discípulos ante Jesús. Lo que cuenta no es cómo nos vemos nosotros o como vemos a los demás; lo que cuenta es cómo nos ve y cómo nos quiere Dios.
Pidamos hoy al Señor la gracia de ser humildes para aceptar que Dios
siempre es más grande y más poderoso que nosotros, aunque no sea fácil.