Orden de los Siervos de María
San Alejo Falconieri y Compañeros
San Alejo Falcónieri, que
fue uno de los siete fundadores de la Orden de los Siervos de María, en Italia
en el Siglo XIII, nació en roma por el año 350, siendo hijo del senador
Eufeniano y de Aglais su madre, miembros de una de las familias más ricas de Roma.
Los siete fundadores de los Siervos de María, eran mercaderes en Florencia, y se retiraron en común acuerdo, junto con Alejo, al monte Senario para servir a las Santísima Virgen María, fundando una Orden bajo la Regla de San Agustín.
San Alejo fue obligado contra su voluntad a casarse, motivo por el que ese mismo día de la boda, después de la ceremonia y el banquete, huyó a Edesa, donde vivió como méndigo, y su forma de vida llena de privaciones hace que su aspecto se deteriore mucho, quedando irreconocible, tanto que cuando le pidió limosna a unos criados de su padre que lo andaban buscando, no le reconocieron. Los habitantes de Edesa le tenían por santo y le socorrían cristianamente.
Cuando se dio cuenta que su padre lo buscaba y que nadie lo reconocía, lo animó a volver a la casa de sus padres en Roma, a quienes añoraba, presentándose ante ellos suplicándoles:
"Tened piedad de este pobre de Jesucristo y permitid que se albergue en un rincón de vuestro palacio". Le fue concedido y como nadie le reconoció, allí vivió olvidado de todos, sufriendo alimentarse de las sobras y de los insultos de los criados. Dormía en el suelo y se dedicaba a la oración. Cuenta la leyenda que estando Eufeniano su padre, en la misa que celebraba el papa Inocencio I, oyó una voz que le decía: "Acaba de expirar el siervo de Dios, es grande su poder, murió en casa de Eufeniano". En efecto, cuando volvió a casa lo halló muerto y pudo reconocer que se trataba de su hijo por un pergamino que llevaba en la mano.
Los fundadores de la Orden de los Siervos de María fueron muy unidos durante la vida, siendo sepultados en una misma tumba y—hecho único en la Historia— venerados y canonizados en conjunto
Los siete fundadores de los Siervos de María, eran mercaderes en Florencia, y se retiraron en común acuerdo, junto con Alejo, al monte Senario para servir a las Santísima Virgen María, fundando una Orden bajo la Regla de San Agustín.
San Alejo fue obligado contra su voluntad a casarse, motivo por el que ese mismo día de la boda, después de la ceremonia y el banquete, huyó a Edesa, donde vivió como méndigo, y su forma de vida llena de privaciones hace que su aspecto se deteriore mucho, quedando irreconocible, tanto que cuando le pidió limosna a unos criados de su padre que lo andaban buscando, no le reconocieron. Los habitantes de Edesa le tenían por santo y le socorrían cristianamente.
Cuando se dio cuenta que su padre lo buscaba y que nadie lo reconocía, lo animó a volver a la casa de sus padres en Roma, a quienes añoraba, presentándose ante ellos suplicándoles:
"Tened piedad de este pobre de Jesucristo y permitid que se albergue en un rincón de vuestro palacio". Le fue concedido y como nadie le reconoció, allí vivió olvidado de todos, sufriendo alimentarse de las sobras y de los insultos de los criados. Dormía en el suelo y se dedicaba a la oración. Cuenta la leyenda que estando Eufeniano su padre, en la misa que celebraba el papa Inocencio I, oyó una voz que le decía: "Acaba de expirar el siervo de Dios, es grande su poder, murió en casa de Eufeniano". En efecto, cuando volvió a casa lo halló muerto y pudo reconocer que se trataba de su hijo por un pergamino que llevaba en la mano.
Los fundadores de la Orden de los Siervos de María fueron muy unidos durante la vida, siendo sepultados en una misma tumba y—hecho único en la Historia— venerados y canonizados en conjunto
Tomado de: Elsa Robles.