miércoles, 17 de febrero de 2016

Santoral 17 de Febreo, San Alejo Falconieri y Compañeros

Orden de los Siervos de María

San Alejo Falconieri y Compañeros


San Alejo Falcónieri, que fue uno de los siete fundadores de la Orden de los Siervos de María, en Italia en el Siglo XIII, nació en roma por el año 350, siendo hijo del senador Eufeniano y de Aglais su madre, miembros de una de las familias más ricas de Roma.

Los siete fundadores de los Siervos de María, eran mercaderes en Florencia, y se retiraron en común acuerdo, junto con Alejo, al monte Senario para servir a las Santísima Virgen María, fundando una Orden bajo la Regla de San Agustín.

San Alejo fue obligado contra su voluntad a casarse, motivo por el que ese mismo día de la boda, después de la ceremonia y el banquete, huyó a Edesa, donde vivió como méndigo, y su forma de vida llena de privaciones hace que su aspecto se deteriore mucho, quedando irreconocible, tanto que cuando le pidió limosna a unos criados de su padre que lo andaban buscando, no le reconocieron.   Los habitantes de Edesa le tenían por santo y le socorrían cristianamente.

Cuando se dio cuenta que su padre lo buscaba y que nadie lo reconocía, lo animó a volver a la casa de sus padres en Roma, a quienes añoraba, presentándose ante ellos suplicándoles:

"Tened piedad de este pobre de Jesucristo y permitid que se albergue en un rincón de vuestro palacio". Le fue concedido y como nadie le reconoció, allí vivió olvidado de todos, sufriendo alimentarse de las sobras y de los insultos de los criados. Dormía en el suelo y se dedicaba a la oración. Cuenta la leyenda que estando Eufeniano su padre,  en la misa que celebraba el papa Inocencio I, oyó una voz que le decía: "Acaba de expirar el siervo de Dios, es grande su poder, murió en casa de Eufeniano". En efecto, cuando volvió a casa lo halló muerto y pudo reconocer que se trataba de su hijo por un pergamino que llevaba en la mano.

Los fundadores de la Orden de los Siervos de María fueron muy unidos durante la vida, siendo sepultados en una misma tumba y—hecho único en la Historia— venerados y canonizados en conjunto

Tomado de: Elsa Robles.

Lectura del 17/02/2016: Miércoles de la Primera semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA
(Libro de Jonás 3,1-10.)

La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás, en estos términos: "Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y anúnciale el mensaje que yo te indicaré". Jonás partió para Nínive, conforme a la palabra del Señor. Nínive era una ciudad enormemente grande: se necesitaban tres días para recorrerla. 
Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando: "Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida". Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño. Cuando la noticia llegó al rey de Nínive, este se levantó de su trono, se quitó su vestidura real, se vistió con ropa de penitencia y se sentó sobre ceniza. 
Además, mandó proclamar en Nínive el siguiente anuncio: "Por decreto del rey y de sus funcionarios, ningún hombre ni animal, ni el ganado mayor ni el menor, deberán probar bocado: no pasten ni beban agua; vístanse con ropa de penitencia hombres y animales; clamen a Dios con todas sus fuerzas y conviértase cada uno de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos. Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, y aplaque el ardor de su ira, de manera que no perezcamos". Al ver todo lo que los ninivitas hacían para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les había hecho y no las cumplió.

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SALMO
(Salmo 51(50),3-4.12-13.18-19.)

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, 
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.

Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.

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EVANGELIO
(Lucas 11,29-32)

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.

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COMENTARIO
(San Romano el Melódico (?-c. 560), compositor de himnos)

Abre, Señor, ábreme la puerta de tu misericordia antes de mi partida (Mt 25,11). Porque es preciso que me vaya, que venga a ti y me justifique de todo lo que digo de palabra, de todos mis actos y de todo lo que pienso en mi corazón. "Incluso el rumor de mis murmullos no dejan de escuchar tus oídos" (Sab 1,10). David exclama en su salmo: "Tú has creado mis entrañas; se escribían todas en tu libro" (Sl 138, 13.16). Leyendo en él los caracteres de mis malas acciones, grábalas sobre tu cruz, porque es en ella que me glorío (Gal 6,14) gritándote: "Ábreme"…

 Nuestro espíritu se ha endurecido hasta el punto que cuando hemos oído hablar de las calamidades de otros, no nos hemos corregido en absoluto (Lc 13,1s). "Todos se extravían, igualmente obstinados, no hay uno que obre bien, ni uno solo" (Sl 13, 2-3). Los ninivitas, en otro tiempo, se convirtieron al escuchar la palabra del profeta. Pero nosotros no hemos comprendido ni la llamada ni la amenaza. Ezequías con sus lágrimas consiguió hacer huir a los asirios provocando contra ellos la justicia de lo alto (2R 19). Ahora bien, los asirios… nos han llevado a la cautividad, y nosotros no hemos llorado ni gritado: "Ábrenos".

Altísimo Señor, juez de todos, no esperes a que nosotros cambiemos de conducta; tú no tienes necesidad de nuestras buenas acciones, porque cada uno de nosotros se dedica a hacer malas acciones con el pensamiento y la voluntad. Puesto que esto es así, Salvador, dirige nuestros días según tu voluntad, sin esperar a nuestra conversión, porque es posible que ella nunca llegue a realizarse. Y aunque viniera, sería por poco tiempo, no persiste hasta el final. Es como la simiente caída entre las piedras, como la hierba sobre los tejados, que se seca antes de crecer (Mc 4,5; Sl 128,6). Derrama tus misericordias sobre nosotros y sobre los que exclaman: "Ábrenos".

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REFLEXIÓN
(Fernando Prado, cmf)
Jesús es el gran signo que sus contemporáneos no acaban de comprender, al igual que sucedió en su tiempo con Jonás o con Salomón. A aquellos hombres y mujeres de entonces les sucedía lo mismo que a aquellos a los que “El Principito” de Saint Exupery les advertía: “lo esencial es invisible a los ojos… sólo se ve con el corazón”.
Tal vez les sucediera que, deseosos de ver signos impactantes, palpables y evidentes, se les escapaba (se nos escapa) aquello que realmente sucede al mirar la realidad con otra profundidad. Esa es la “mundanidad espiritual”, la gran tentación de creer que Dios va a actuar como humanamente esperaríamos que lo hiciera. Sin embargo, Dios no actúa en el mundo de una manera evidente, apabullante, impactante. El Reino de Dios, nos lo dijo Jesús, crece solo, por su propia fuerza, lentamente, como el granito de mostaza, como la pequeña pizca de levadura que fermenta la masa. Comprender los signos no solo depende de quién los hace, sino de quien los ve.
  
Al creyente se le pide, precisamente, que sea “creyente”, que tenga fe y confianza. Esta actitud es la que marca la diferencia. El creyente sabe que Dios no puede dejar de ser fiel a sí mismo. Dios va haciendo su camino, incluso a pesar de nosotros. Él tiene sus tiempos. Él es el más interesado en llevar su plan adelante. Creer lo contrario es caer en la mundanidad espiritual, en la tentación de la desconfianza, de la autosuficiencia. No hacen falta grandes trompetas ni signos espectaculares.
Basta con escuchar, desde la profundidad, esa voz que nos dice, como a San Pablo: “te basta mi gracia”. Tú confía en la promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”.

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ORACION
Señor, mira complacido a tu pueblo que desea entregarse a ti con una vida santa; y a los que dominan su cuerpo con la penitencia transfórmales interiormente mediante el fruto de las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
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