“No os
llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he
llamado amigos” Jn (15, 15).
Y el Cenáculo nos recuerda también la amistad, Sala en
que Jesús celebró su última cena con los apóstoles, “Ya no
les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce, a ustedes les llamo amigos”. El Señor
nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta
es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote:
hacerse amigo del Señor Jesús, y descubrir en su corazón que Él es su amigo.» (Homilía
de S.S. Francisco, 26 de mayo de 2014).
¿Qué implica esto? No es solamente una simple frase piadosa, es el
compromiso de todo cristiano, que implica salir de nuestro pequeño mundo,
llámese trabajo, estudios, cosas personales, placeres, gustos, para fijarnos en
las necesidades de nuestro prójimo. ¿Y quién es nuestro prójimo? Es el
trabajador enfermo de nuestra compañía, es la humilde muchacha que hace la
limpieza de la casa todos los días, es el cocinero que prepara nuestra comida,
es la viejecita sentada fuera de la Iglesia que lo único que tiene para taparse
del frío de la noche es su roído chal, son nuestros familiares y demás personas
con quien tratamos. Y Cristo nos llama a amarlos desinteresadamente, no para
ser vistos por las personas que nos rodean y que digan "Ah, qué bueno es
fulano o fulana..." sino para cumplir con nuestro deber aquí en la tierra.
¿Y qué es amarlos? Es ayudarles en sus necesidades básicas, darles educación,
casa, alimento, vestido, paciencia, cariño, comprensión. Recordemos que
al final de nuestra vida lo único que contará será lo que hayamos hecho por
Dios y por nuestros hermanos los hombres. (Catholic.net).