Alaba, alma mía, al Señor: alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. (Sal. 145)
Sentir esta exclamación como algo natural en nuestra relación con Dios: ¡Qué grande eres!, ¡Qué bueno!, ¡Qué bello!, ¡Nada hay como tú!, ¡Nadie puede compararse a ti!… La alabanza surge ante la grandeza y santidad de Dios que se ofrece benevolente y gratuitamente a nosotros. Debemos sentir así a Dios.
El que me ama cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
Aleluya.