jueves, 16 de junio de 2016

Lecturas del 16/06/2016: Jueves de la undécima semana del tiempo ordinario



PRIMERA LECTURA
(Libro de Eclesiástico 48,1-15.)

 

Surgió como un fuego el profeta Elías, su palabra quemaba como una antorcha. El atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor, cerró el cielo, y también hizo caer tres veces fuego de lo alto. ¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti? Tú despertaste a un hombre de la muerte y de la morada de los muertos, por la palabra de Altísimo. Tú precipitaste a reyes en la ruina y arrojaste de su lecho a hombres insignes: tú escuchaste un reproche en el Sinaí y en el Horeb una sentencia de condenación; tú ungiste reyes para ejercer la venganza y profetas para ser tu sucesores Tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego en un carro con caballos de fuego. De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las tribus de Jacob. ¡Felices los que te verán y los que se durmieron en el amor, porque también nosotros poseeremos la vida! Cuando Elías fue llevado en un torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu. Durante su vida ningún jefe lo hizo temblar, y nadie pudo someterlo. Nada era demasiado difícil para él y hasta en la tumba profetizó su cuerpo. En su vida, hizo prodigios y en su muerte, realizó obras admirables. A pesar de todo esto, el pueblo no se convirtió ni se apartó de sus pecados. Hasta que fue deportado lejos de su país, y dispersado por toda la tierra.

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SALMO
(Salmo 97(96),1-2.3-4.5-6.7.)

¡El Señor reina! Alégrese la tierra,
regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean,
la Justicia y el Derecho son

la base de su trono.
Un fuego avanza ante él
y abrasa a los enemigos a su paso;
sus relámpagos iluminan el mundo;

al verlo, la tierra se estremece.
Las montañas se derriten como cera
delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra.
Los cielos proclaman su justicia

y todos los pueblos contemplan su gloria.
Se avergüenzan los que sirven a los ídolos,
los que se glorían en dioses falsos;

todos los dioses se postran ante él.

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EVANGELIO
(Mateo 6,7-15)

 
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

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COMENTARIO
(San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago y mártir)

No se trata de que Dios haga lo que quiere, sino que nosotros hagamos lo que él quiere. ¿Quién puede impedir a Dios de hacer lo que él quiere? Pero nosotros estamos marcados por el demonio que nos impide obedecer en todo, interiormente y exteriormente, a la voluntad de Dios. Así pedimos que su voluntad se cumpla en nosotros; para que se cumpla, tenemos necesidad de su ayuda. Nadie es fuerte por sus propios recursos sino que la fortaleza radica en la bondad y en la misericordia de Dios...

La voluntad de Dios es lo que Cristo ha obrado y enseñado: la humildad en la conducta, la solidez en la fe, la modestia en las palabras, la justicia en los actos, la misericordia en las obras, la disciplina en las costumbres. La voluntad de Dios consiste en no hacer daño a nadie, en soportar el daño que nos hacen los otros, conservar la paz con nuestros hermanos, amar a Dios con todo nuestro corazón, porque es nuestro Padre y reverenciarle porque es nuestro Dios. No preferir nada a Cristo ya que él nos prefiere ante todo lo demás, pegarnos indefectiblemente a su amor, mantenernos en pie bajo la cruz con valentía y confianza.

Cuando se trata de luchar por causa de su nombre y de su honor, ser fieles a nuestras palabras; dar pruebas de confianza en las dificultades para mantener el combate, tener paciencia en la muerte para obtener la corona. Esto significa ser coherederos de Cristo, cumplir los preceptos de Dios, hacer la voluntad de Dios.

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REFLEXIÓN

“Cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido”

 
Lo más importante: Reconocer que Dios es “nuestro padre” y que nos podemos dirigir a él con confianza... Que confiemos en él para que nos dé lo que necesitamos cada día y que nos comprometemos a perdonar y amar como él nos ama. ¿Qué más nos hace falta?

Ahora la más difícil del seguimiento: Que deseamos que venga su reino a nuestras vidas, ésa y no otra es su voluntad, aceptando, cumpliendo y haciendo su voluntad. Para que juntos podamos construir su reino de justicia y fraternidad, que podamos amarnos, perdonándonos y que nadie quede excluido. Que dedicarnos o gastar horas orando y meditando, esto no quiere decir que no debemos orar, es necesario hacerlo, pero de verdad, en ese silencio, tanto exterior como interior, estar a solas con el señor para que Él pueda entrar en nosotros llevándonos al amor; donde ese “coloquio amoroso” tan necesario para desarrollar una relación filial íntima con el Padre, “Si el amor que me tenéis, Dios mío, es como el que os tengo, decidme: ¿en qué me detengo? O Vos, ¿en qué os detenéis?” (Teresa de Jesús)

Al abandonarnos a Su santa Voluntad, confiemos en que Él en su infinita bondad y misericordia, nos concederá todo y solo lo que nos conviene.

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ORACIÓN

Dios, Padre nuestro:
Tu Hijo Jesús, ahora vivo entre nosotros,
insiste en que nos perdonemos unos a otros.
Enséñanos a perdonar como tú perdonas,
completamente y sin reservas.
Te damos gracias porque nos has perdonado mucho
y porque no has tenido ya en cuenta
el castigo merecido por nuestros pecados
por Jesucris
to, nuestro Señor.
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