“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos
reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una
ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se
les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron
sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron
a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en
Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones
que hay bajo el cielo”. Hechos de los
Apóstoles 2, 1-5
El Espíritu Santo coopera con el
Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es
en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se
revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor
Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino
como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal. Referencia: Aciprensa
En María Vemos a la primera Cristiana y a la primera recibidora del Espíritu
Santo.