jueves, 21 de septiembre de 2017

¿Qué fieles necesita la Iglesia?

Es curioso ver que muchas personas se preguntan actualmente por la iglesia “qué necesitamos” o “qué nos gusta”. Buscan una iglesia hecha a medida del ser humano y llena de cómodas apariencias. Digo apariencias porque más allá de la tramoya que nos venden, detrás del marketing, de las estructuras organizativas, Dios no está presente. Con frecuencia nos encontramos con una iglesia humana que cree en Dios lejano e indiferente. Tristemente, cuando decimos que hay que reformar la Iglesia nos dedicamos a crear estructuras humanas, a destruirlas si nos disgustan, a pintarlas de otros colores y nos olvidamos de Dios.
Vivimos un tiempo convulso en el que lo que predomina es la liquidez social. Nada está fijo, todo cambia, todo se ajusta a lo que le interesa a quienes manejan los hilos sociales.  La Iglesia, comprendida como estructura humana, no es más que una de millones Torres de Babel que tienden a desaparecer. La Iglesia como presencia del Reino de Dios en la Tierra, no corre peligro alguno. Es obra de Dios no de caducos e incapaces seres humanos. Las Iglesia reúne a quienes aceptaron la invitación al banquete (Mateo 22,1-14). Quienes se afanan construyendo Torres de Babel, no hicieron caso alguno a los mensajeros. La institución eclesial siempre está en crisis y actualmente esta crisis es dura. Es dura porque nos sobran demasiadas apariencias e hipocresías.
¿Qué hacer frente a la crisis eclesial que vivimos? La respuesta la dio el Señor al Joven Rico: negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir sus pasos. Todo lo que no siga estas indicaciones conlleva destruir unas estructuras, para construir otras. Destruir una Torre de Babel que ya no es del gusto de los interesados, para construir otra Torre de Babel más actual y bien vista. Sin duda es necesario ser críticos, pero sin perder de vista que todo lo que conlleva complicidades humanas, no es parte de la Iglesia.
Ante todo tenemos que ser conscientes que la Iglesia no es propiedad de nadie. La Iglesia es propiedad de Dios. ¿Qué le dijo Cristo a Pedro frente al lago de Galilea? “tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). ¿Quién construye la Iglesia: Cristo. En el mejor caso, podemos ser herramientas en manos de Dios, pero nunca somos constructores de algo que nunca se marchitará. Los poderes de la muerte, de la corrupción, de los egoísmos e hipocresías no tienen nada que hacer frente a la asamblea de convocados por Cristo. El Reino de Dios no es de este mundo. Si lo fuera, las legiones de Dios arrasarían todo lo que no cumple su sagrada Voluntad (Jn 18, 36).
La Iglesia siempre ha sido un resto fiel que vive y pervive dentro de las apariencias del mundo. Este resto no es un gueto de selectos elegidos, sino un reducto donde los pecadores arrepentidos adoran a Dios en Espíritu y Verdad (Juan 4, 23).
Las primeras comunidades cristianas "gozaban de la admiración del pueblo". Actualmente, las estructuras eclesiales no gozan de gran estima popular. Hay muchas personas que hacen suyos los tópicos "creo en Jesucristo pero no creo en la Iglesia" o la frase atribuida a Gandhi: "creo en Jesucristo pero no creo en los cristianos". Es evidente que no podemos creer en estructuras que generan guetos, odios internos y que se alían con las tendencias políticas afines a los intereses del momento. Antes eran los poderes de derechas, ahora también se coquetea con las izquierdas, si se dejan. ¿Quién puede creer en Torres de Babel que terminan por caer sobre nosotros, destrozando la unidad eclesial?
La Iglesia se representa como una Barca, ya que se ajusta perfectamente a al entendimiento que Cristo nos legó. Una barca, que al igual que el banquete de bodas, deja entrar a quien realmente se sabe pecador y busca la redención. Como en banquete de bodas, quien se cuela de forma inadecuada, termina fuera. Ojo lo dice Cristo mismo. Lean el Evangelio si tienen dudas. La Iglesia es signo de salvación, pero como todo signo, debe ser aceptado y entendido en plenitud para que tenga significado. No es una etiqueta postmoderna que nos sirva para ser bien vistos.
Benedicto XVI envió un mensaje muy interesante a la archidiócesis de Colonia, en Alemania, con ocasión del funeral del card. J. Meisner. En este mensaje vemos el sentido de Barca-Iglesia y de la necesidad de pastores que sepan sostener tantas personas que se sienten desorientadas en estos momentos:
Lo que me impresionó especialmente en la última conversación con el fallecido cardenal fue la serenidad sosegada, la alegría interior y la confianza que él había encontrado. Sabemos que para él, pastor y cura apasionado, fue difícil dejar su oficio, justamente en una época en la Iglesia necesita en forma especialmente apremiante pastores convincentes que resistan la dictadura del espíritu de la época y vivan y piensen decididamente la fe. Pero mucho más me conmovió percibir que en este último período de su vida él había aprendido a soltarse y vivía cada vez más de la profunda certeza que el Señor no abandona a su Iglesia, aunque a veces la barca esté a punto de zozobrar.
Benedicto XVI nos dice, ante todo, que la Iglesia no corre peligro de desaparecer, aunque haya partes caducas que se pudran con el tiempo y caigan con estrépito al suelo. La Iglesia no es una “comunidad servidora del mundo”, como algunos quieren hacernos pensar. Una gran ONG, un reducto de voluntarios solidarios con los que contar cuando son necesarios. Cristo nos lo dejó muy claro: “Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a Mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia.” (Jn 15, 18-19)

¿Qué fieles necesita la Iglesia? Necesitamos servidores de Cristo, no  servidores del mundo ni de las estructuras mundanas que están incrustadas dentro del Iglesia. Seamos servidores de Dios imitando a María. Seamos sencillos servidores del Señor. Herramientas inútiles que cobran sentido en manos de Dios. Señor, hágase Tu Voluntad en nosotros.

viernes, 7 de julio de 2017

No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… Sígueme…

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» (Mt 9, 9-13).

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Jesús llama y llama a quien quiere, como en el caso del “recaudador de impuestos”, que además es publicano. Para “seguir” a Jesús siempre hay que correr algún riesgo. Nos “toca” confiar en su llamada y seguirle…

Aquella invitación era toda una declaración de guerra. Porque él se comportaba así en nombre de Dios.  Es decir: que el propio Dios quería acabar con aquellas divisiones entre santos y pecadores, entre puros e impuros. Era declarar públicamente que Dios no nos había excluido... ¡Y claro, los especialistas en la Ley y en las sacrosantas tradiciones no podían quedarse indiferentes.

Hoy nosotros mismos conservamos este comportamiento de los conocedores de la Ley, por no decir de las diferentes sectas Judías “Fariseos, Saduceos, Esenios, Sacerdotes jefes de familia, los excluidos “clase media”, los pobres “jornaleros, esclavos, mendigos, enfermos,… Cuantas veces no nos queremos mezclar con todo aquel que no tiene un comportamiento no cristiano, con aquel que vive en la miseria… cuantas veces hemos sentido algo, no miséricorde “compasión”, cuando estamos en la celebración y entra un mendigo…

El Señor quiere misericordia, se junta con los pecadores, se acerca a los que necesitan su Salvación, cuenta con la colaboración de nosotros, incluso con un publicano, tan despreciado por sus conciudadanos, pero Jesús no duda al elegir a alguien cuya situación social no inspira demasiada confianza. Es necesario creer en su misericordia, creer lo que Jesús ha dicho y ha hecho.

Video: Dad Gracias al Señor


jueves, 6 de julio de 2017

“Aquí me tienes, Señor”

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: «¡Abrahán!»
Él respondió: «Aquí me tienes.»
Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.»
Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. El tercer día levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos.
Y Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros.»
Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.
Isaac dijo a Abrahán, su padre: «Padre.»
Él respondió: «Aquí estoy, hijo mío.»
El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?»
Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.»
Y siguieron caminando juntos. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.
Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!»
Él contestó: «Aquí me tienes.»
El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en una maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. Abrahán llamó a aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «El monte del Señor ve.»
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrella del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»
Abrahán volvió a sus criados, y juntos se pusieron en camino hacia Berseba. Abrahán se quedó a vivir en Berseba. (Gén 22, 1-19)


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Este pasaje bíblico nos hace replantearnos nuestra fe, nuestra confianza en Dios. ¿Nos entregamos por completo a la voluntad de Dios, o solo cuando nos conviene? La Providencia es dejarnos en las manos del Señor sabiendo que todo lo que nos ocurre, lo que tenemos y sentimos, es su voluntad. Pero esto no significa estar con pasividad ante nuestra existencia. No, debemos estar activos, debemos confiar en que Dios nos ayudará a actuar en cada momento, confiar en que lo que nos pasa es lo mejor que Dios tiene para nosotros. Ser capaces de decir cada día: “Aquí me tienes, Señor”.

Video: Aumenta mi Fe

miércoles, 5 de julio de 2017

Lo Puro y lo Impuro… Nuestros Secretos escondidos – Pecados

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?"
Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando.
Los demonios le rogaron: "Si nos echas, mándanos a la piara".
Jesús les dijo: "Id".
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país. (Mt 8, 28-34
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¿Qué es lo impuro?  Generalmente suele considerarse como tal aquello que nos resulta desconocido, que nos da miedo porque no sabemos cómo enfrentarnos a ello, lo que es « distinto» a nosotros, lo que pensamos que nos puede hacer daño de alguna manera (o parece peligroso, y puede serlo realmente),)... y entonces procuramos apartarnos de ello, o mantenerlo lejos.. ¿Quién declara que algo es impuro?  En muchos casos es una tradición que se remonta lejos, que forma parte de la sociedad o del grupo, y que no suele cuestionarse, pues la tradición es algo como sagrado e intocable, y quien se atreve, probablemente no salga bien parado. En todas las culturas y religiones hay «lo impuro», aquello que es mejor tener «escondido», apartado y «controlado» dentro de lo posible. Cada cual puede encontrar sus propios ejemplos.

Al Igual que nosotros estos gerasenos no muestran ninguna alegría ni sorpresa por la curación de aquellos dos desgraciados.  No sé si valoraban más sus puercos, o preferían que nadie alterase esa estricta división entre  puro/impuro, o tal vez no estaban dispuestos a reconocer que la presencia liberadora del Nazareno exigía algo de ellos. Mateo no da explicaciones. Aquel exorcismo para las gentes de "la otra orilla" ha sido perfectamente inútil, y hasta incómodo y fastidioso.


Cada uno de nosotros tenemos también lo impuro personal… que nos cuesta sacarlo, vivimos con ello… No sé si es que lo queremos tanto que no queremos eliminarlo… El pecado es así, sabemos que es algo que no podemos llevarlo a la verdad pero cuesta reconocerlo… Simplemente dile a Jesús y Él te ayudara y lo quitara del camino…

martes, 4 de julio de 2017

Y aparece el miedo: ¿y ahora qué?

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!» (Mt 8, 23-27)

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Jesús se subió a la barca, una barca, el «lugar» donde habitualmente están los pescadores y era de esperarse “el medio de ganarse la vida de sus discípulos”. Por eso hoy podríamos decir Jesús está “en toda la vida cotidiana”. A Jesús le gusta estar donde está la gente, y compartir con ellos su tiempo, sus preocupaciones, sus riesgos, todos sus momentos de la vida, dificultades e incluso en los momentos de alegría. Como en la barca con sus discípulos el estará entre los campos, con los sembradores, o se sentará a ver cómo una mujer prepara el pan, o barre su casa, en la fábrica, en el sindicato, se subió al avión, se dio un paseo por los talleres u oficinas, se sentó a charlar con los jóvenes,, se metió en un campamento de refugiados, se dio una vuelta por la salida del colegio cuando terminaban las clases, se puso de conversación con un grupo de personas pecadoras...


La vida está llena de muchos momentos de dificultades y de alegría, pero las que más sentimos es cuando afrentamos una dificultad y es ahí donde Jesús nos dice: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe!



El miedo llamó a mi puerta. La fe fue a abrir. No había nadie. (M Luther King)

lunes, 3 de julio de 2017

"Dichosos los que creemos sin ver"

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." (Jn 20, 24-29)

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Tomás, a partir de entonces, no necesitó más pruebas, y empezó a ser dichoso por creer sin ver como nosotros. Por eso, Esta actitud de Tomás es una invitación a no sufrir por creer que no creemos, o que no amamos o que no servimos como se espera de nosotros. En lugar de sufrir, intentemos confiar y fiarnos del Señor, sin verle. Recordemos su consigna y su promesa. En lugar de pensar en la poca fe que tenemos, sigamos teniendo los mismos gestos que tuvimos en nuestros mejores momentos. Porque no se trata tanto de decir o pensar que creemos cuanto de obrar y vivir como creyentes discípulos y seguidores de Jesús. Como Tomás, al final: “Señor mío y Dios mío”.

Quizá lo fácil hoy es hablar de Tomás, el incrédulo, que lo fue; veamos a Tomás como modelo de tantísimas personas, que creemos, que queremos creer más y mejor, y a veces dudamos, y otras veces tenemos miedo, y hasta puede que otras nos pongamos, como él, “incrédulos”, diciendo: “Señor, a no ser que… yo no creo”, sin percatarnos, como Tomás, que, al decirlo, estamos haciendo un acto de fe.

«No estaba con ellos», que sucedió en ese momento, porque no los acompañaba… Seguimos siendo así, nos alejamos de toda asamblea. Podríamos empezar a preguntarnos si estamos pasando una crisis personal, si nos habíamos decepcionado, si nos retiramos temporalmente para pensar tranquilo y tomar una decisión personal sobre todo lo que estamos viviendo en este tiempo, si hemos decidido buscar por otra parte. Nos gusta mucho encontrar las razones de las cosas, para luego echar las culpas a alguien.

Que no nos deprima ni nos quite la paz “el no ver por algún tiempo”. Seremos dichosos.

Hagamos hincapié en la limpieza de corazón, en la transparencia y en la  simplicidad de vida. Serán buenas actitudes para estar abiertos al don de la fe. Señor quiero creer, pero aumenta mi fe.

sábado, 1 de julio de 2017

“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará…”.

Lectura del libro del Génesis 18, 1-15.

En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahám junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: –Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo. Contestaron: –Bien, haz lo que dices. Abrahám entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: –Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza. El corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, y el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron. Después le dijeron: –¿Dónde está Sara, tu mujer? Contestó: –Aquí, en la tienda.
Añadió uno: –Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo. Sara lo oyó, detrás de la entrada de la tienda. (Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus períodos.) Y Sara se rió por lo bajo, pensando: –Cuando ya estoy seca, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo? Pero el Señor dijo a Abrahán: –¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: «De verdad que voy a tener un hijo, yo tan vieja»? ¿Hay algo difícil para Dios? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo. Pero Sara lo negó: –No me he reído.
Porque estaba asustada. Él replicó: –No lo niegues, te has reído.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 8, 5-17.

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó diciéndole: –Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho. El le contestó: –Voy yo a curarlo. Pero el centurión le replicó: –Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes: y le digo a uno «ve», y va; al otro, «ven», y viene; a mi criado, «haz esto», y lo hace. Cuando Jesús lo oyó quedó admirado y dijo a los que le seguían: –Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos; en cambio a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y al centurión le dijo: –Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído. Y en aquel momento se puso bueno el criado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él con su palabra expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «El tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».

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Dos actitudes frente a una reacción en la presencia de Dios…

«Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»
El punto de “la risa” de Sara, junto a la falta de fe que casi en silencio manifiesta Sara, ella tenía todos los números comprados para dudar. Nadie en su sano juicio la habría recriminado por ello, sin embargo se une otro hecho; el miedo para reconocer su verdad la hace mentir. Dios no la confronta, sólo confirma la verdad. A pesar de su incredulidad el milagro se realizará. Dios sigue conduciendo la historia humana.

Vete y que suceda según tu fe

La reacción de Jesús es inmediata: “¡Yo iré a curarle!”. No hay ninguna otra pregunta. Esta afirmación desconcierta al centurión, no esperaba una generosidad tan grande y tan inmediata. Su experiencia profesional le sirve para poder expresar su fe y confianza en Jesús, al tiempo que le hace verbalizar una oración tan profunda, que ha quedado recogida para siempre en nuestra liturgia eucarística. “Señor, yo no soy digno de que vengas a mi casa…” ¡Qué preciosidad! ¡Qué sencillez! Simplemente, déjala resonar en tu corazón.

¡Qué diferente actitud encontramos en estas dos lecturas! ¿Cuál es mi actitud cuando me dicen y hablan de Dios?....

Jesús nos invita a su cena. Cada semana, cada día. Nosotros, aunque indignos, podemos acoger su invitación y sentirnos dichosos de sentarnos a su mesa. En ella, como hace 2000 años, quiere darnos su vida, para que después la repartamos a manos llenas.


“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará…”