Es
curioso ver que muchas personas se preguntan actualmente por la iglesia “qué
necesitamos” o “qué nos gusta”. Buscan una iglesia hecha a medida del ser
humano y llena de cómodas apariencias. Digo apariencias porque más allá de la
tramoya que nos venden, detrás del marketing, de las estructuras organizativas,
Dios no está presente. Con frecuencia nos encontramos con una iglesia humana
que cree en Dios lejano e indiferente. Tristemente, cuando decimos que hay que
reformar la Iglesia nos dedicamos a crear estructuras humanas, a destruirlas si
nos disgustan, a pintarlas de otros colores y nos olvidamos de Dios.
Vivimos un tiempo
convulso en el que lo que predomina es la liquidez social. Nada está fijo, todo
cambia, todo se ajusta a lo que le interesa a quienes manejan los hilos
sociales. La Iglesia, comprendida como estructura humana, no es más que
una de millones Torres de Babel que tienden a desaparecer. La Iglesia como
presencia del Reino de Dios en la Tierra, no corre peligro alguno. Es obra de
Dios no de caducos e incapaces seres humanos. Las Iglesia reúne a quienes
aceptaron la invitación al banquete (Mateo 22,1-14). Quienes se afanan
construyendo Torres de Babel, no hicieron caso alguno a los mensajeros. La institución
eclesial siempre está en crisis y actualmente esta crisis es dura. Es dura
porque nos sobran demasiadas apariencias e hipocresías.
¿Qué hacer frente a
la crisis eclesial que vivimos? La respuesta la dio el Señor al Joven Rico: negarnos a nosotros mismos,
tomar nuestra cruz y seguir sus pasos. Todo lo que no siga estas indicaciones
conlleva destruir unas estructuras, para construir otras. Destruir una Torre de
Babel que ya no es del gusto de los interesados, para construir otra Torre de Babel
más actual y bien vista. Sin duda es necesario ser críticos, pero sin perder de
vista que todo lo que conlleva complicidades humanas, no es parte de la
Iglesia.
Ante todo tenemos
que ser conscientes que la Iglesia no es propiedad de nadie. La Iglesia es
propiedad de Dios. ¿Qué le dijo Cristo a Pedro frente al lago de Galilea? “tú
eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). ¿Quién construye la Iglesia: Cristo. En
el mejor caso, podemos ser herramientas en manos de Dios, pero nunca somos
constructores de algo que nunca se marchitará. Los poderes de la muerte, de la
corrupción, de los egoísmos e hipocresías no tienen nada que hacer frente a la
asamblea de convocados por Cristo. El Reino de Dios no es de este mundo. Si lo
fuera, las legiones de Dios arrasarían todo lo que no cumple su sagrada
Voluntad (Jn 18, 36).
La Iglesia siempre
ha sido un resto fiel que vive y pervive dentro de las apariencias del mundo.
Este resto no es un gueto de selectos elegidos, sino un reducto donde los
pecadores arrepentidos adoran a Dios en Espíritu y Verdad (Juan 4, 23).
Las primeras
comunidades cristianas "gozaban de la admiración del pueblo".
Actualmente, las estructuras eclesiales no gozan de gran estima popular. Hay
muchas personas que hacen suyos los tópicos "creo en Jesucristo pero no
creo en la Iglesia" o la frase atribuida a Gandhi: "creo en
Jesucristo pero no creo en los cristianos". Es evidente que no podemos
creer en estructuras que generan guetos, odios internos y que se alían con las
tendencias políticas afines a los intereses del momento. Antes eran los poderes
de derechas, ahora también se coquetea con las izquierdas, si se dejan. ¿Quién
puede creer en Torres de Babel que terminan por caer sobre nosotros,
destrozando la unidad eclesial?
La Iglesia se
representa como una Barca, ya que se ajusta perfectamente a al entendimiento
que Cristo nos legó. Una barca, que al igual que el banquete de bodas, deja
entrar a quien realmente se sabe pecador y busca la redención. Como en banquete
de bodas, quien se cuela de forma inadecuada, termina fuera. Ojo lo dice Cristo
mismo. Lean el Evangelio si tienen dudas. La Iglesia es signo de salvación,
pero como todo signo, debe ser aceptado y entendido en plenitud para que tenga
significado. No es una etiqueta postmoderna que nos sirva para ser bien vistos.
Benedicto XVI envió
un mensaje muy interesante a la archidiócesis de Colonia, en Alemania, con
ocasión del funeral del card. J. Meisner. En este mensaje vemos el sentido de
Barca-Iglesia y de la necesidad de pastores que sepan sostener tantas personas
que se sienten desorientadas en estos momentos:
Lo que me
impresionó especialmente en la última conversación con el fallecido cardenal
fue la serenidad sosegada, la alegría interior y la confianza que él había
encontrado. Sabemos que para él, pastor y cura apasionado, fue difícil dejar su
oficio, justamente en una época en la Iglesia necesita en forma especialmente
apremiante pastores convincentes que resistan la dictadura del espíritu de la
época y vivan y piensen decididamente la fe. Pero mucho más me conmovió
percibir que en este último período de su vida él había aprendido a soltarse y
vivía cada vez más de la profunda certeza que el Señor no abandona a su Iglesia,
aunque a veces la barca esté a punto de zozobrar.
Benedicto XVI nos
dice, ante todo, que la Iglesia no corre peligro de desaparecer, aunque haya
partes caducas que se pudran con el tiempo y caigan con estrépito al suelo. La
Iglesia no es una “comunidad servidora del mundo”, como algunos quieren
hacernos pensar. Una gran ONG, un reducto de voluntarios solidarios con los que
contar cuando son necesarios. Cristo nos lo dejó muy claro: “Si el mundo los
odia, sepan que antes me ha odiado a Mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo
amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el
mundo, por eso el mundo los odia.” (Jn 15, 18-19)
¿Qué fieles
necesita la Iglesia? Necesitamos servidores de Cristo, no servidores
del mundo ni de las estructuras mundanas que están incrustadas dentro del
Iglesia. Seamos servidores de Dios imitando a María. Seamos sencillos
servidores del Señor. Herramientas inútiles que cobran sentido en manos de
Dios. Señor, hágase Tu Voluntad en nosotros.
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