PRIMERA LECTURA
(Libro de los Hechos de los Apóstoles 9,31-42.)
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SALMO
(Salmo 116(115),12-13.14-15.16-17.)
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor
en presencia de todo su pueblo.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
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EVANGELIO
(Juan 6,60-69)
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".
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COMENTARIO
(San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia)
Leemos en el Evangelio que cuando el Señor se puso a predicar e instruir a sus discípulos sobre el misterio de su cuerpo dado a nosotros como alimento, y la necesidad de participar en sus sufrimientos, algunos dijeron: «Este modo de hablar es duro» y muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Mas, cuando Jesús preguntó a sus discípulos si también ellos querían marcharse, contestaron. «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Igualmente os digo, hermanos, que, hoy en día, también para algunos las palabras de Jesús son «espíritu y vida» y caminan en pos de él. Pero a otros les parecen duras, de tal manera que buscan en otra parte una miserable consolación. En efecto «la Sabiduría alza su voz por las plazas» (Pr 1,20), y con más precisión aún «espacioso es el camino que lleva a la perdición» (Mt 7,13) para llamar a aquellos que se han comprometido con él. «Durante cuarenta años –dice un salmo-estando cerca de ellos, aquella generación me asqueó y dije: es un pueblo de corazón extraviado» (94,10). «Dios ha hablado una vez»(Sl 61,12): una vez, sí, porque su Palabra es única, ininterrumpida y perpetua. Ella invita a los pecadores a que entren en su propio corazón, puesto que es allí que él habita, allí que les habla... «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón» (Sl 94,8). Y en el Evangelio se nos dicen casi las mismas palabras...: «Mis ovejas escuchan mi voz» (Jn 10,17)... «Vosotros sois su pueblo, el rebaño que él guía, si hoy escucháis su voz» (Sl 94,8).
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REFLEXIÓN
“Comer” su carne y “Beber” su sangre – Eucaristía
Las palabras de Jesús siempre han sido motivo de controversia y hoy día no es diferente. Su seguimiento es exigente, duro, el estilo de vida que implica estar ceñido con los gustos, las tendencias del mundo actual. Seguir a Jesús implica hacerse uno con Él, “comer su carne”, no solo en la Eucaristía, sino también participar de su encarnación, y “beber la sangre” de su sacrificio.
Los que queremos perseverar, los que queremos permanecer fieles a Él, necesitamos comer constantemente de ese “pan de Vida”, no solo en la mesa de la Eucaristía, sino también en la mesa de la Palabra, que es también fuente de vida eterna: “¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
En la Eucaristía encontramos alimento, y en la Palabra el aliento y el consuelo que nos permite continuar en el camino a la Vida eterna que Él regala de balde a los que comemos de su cuerpo y bebemos de su sangre.
Él siempre tiene la mesa de la Eucaristía y la mesa de la Palabra dispuestas para ti. ¡Acércate! Él te está esperando…
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ORACIÓN
Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor
de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
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